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La revancha de los tímidos de la clase: cómo Elon Musk y compañía pasaron de empollones a abusones

El hombre más rico del mundo y sus congéneres, Jeff Bezos o Mark Zuckerberg, son el vivo ejemplo de que cuando los alumnos más aplicados del instituto llegaron a la élite empresarial, en vez de establecer una nueva era de liderazgo empático, decidieron poner en práctica las recetas de los matones que les hacían la vida imposible

Bill Gates, Mark Zuckerberg y Jeff Bezos cuando eran niños. Tres formas diferentes de pasar de 'nerds' a multimillonarios.
Miquel Echarri

Un nuevo tipo de antihéroe recorre el mundo. Es el nerd maligno o empollón convertido en villano, heredero espiritual de Lex Luthor y los malos de James Bond, ligado, cada vez más, a una persona real: Elon Musk, el hombre que envía cohetes mientras despide a cientos de miles de funcionarios estadounidenses. Empiezan a proliferar las voces que afirman que los peores tiranos concebibles son los que fueron víctimas en su día de la opresión adolescente. Bienvenidos a los albores de un nuevo sistema: ¿la nerdocracia?

Moira Donegan, en The Guardian, asegura que hemos entrado en la era de los nerds narcisistas, antiguos chavales estudiosos y apocados que hoy “presumen de irreverentes, despreocupados y antisolemnes mientras destruyen nuestras vidas”. George Dillard explica en Medium que incluso los nerds más circunspectos, como Jeff Bezos o Mark Zuckerberg, creen que ha llegado la hora de su entronización definitiva gracias a Donald Trump, y que a eso se debe que Zuckerberg haya aparcado cualquier inhibición y se vista ahora como un cryptobro con un reloj de 900.000 euros en la muñeca: se están quitando, por fin, la careta de hombres normales.

Imagen de Elon Musk en su infancia.
Elon Musk y aquel saludo infame.

Reagan Conrad, en su podcast The Comment Section, no tiene claro si el ejército de jóvenes brillantes de Elon Musk va a salvar América o, sencillamente, “van a apoderarse de ella”. En un tono más positivo, analistas conservadores como Nolan Finley o Brittany Chain se preguntan si el acceso al poder político de una nueva hornada de emprendedores tecnológicos milmillonarios no podría ser, más que la catástrofe que muchos auguran, la solución drástica que exige una economía “quebrada” como la estadounidense.

“Sé amable con los ‘nerds’, porque lo más probable es que acabes trabajando para ellos”, predijo Bill Gates hace 14 años

Decía Lars Von Trier que no hace falta haber crecido en Texas, Wyoming o Montana para sentirse aludido por la cultura estudiantil estadounidense: todos, en cierto sentido, nos hemos educado en un instituto norteamericano, en algún rincón del Estados Unidos global que nos han mostrado series, películas, canciones, cómics o videojuegos. Estamos totalmente familiarizados con los bailes de graduación, las animadoras o etiquetas tribales como jock (atleta, el típico capitán del equipo de fútbol) o, por supuesto, nerd (empollón).

Pero tal vez Von Trier pecaba de optimista. Haber frecuentado el EE UU global que exportan las industrias culturales no equivale, necesariamente, a conocer el real. Es más, corremos el riesgo de asumir que los institutos, sus rituales iniciáticos y sus abstrusas jerarquías sociales permanecen fosilizados en el tiempo desde hace décadas, que los bailes de graduación siguen siendo como los de Carrie (Brian de Palma, 1976) y sus duelos existenciales entre triunfadores y pringados, como los de El club de los cinco (John Hughes, 1985). Ya no es así. El científico y experto en tecnología Burr Settles ha explicado, basándose en un análisis estadístico de cientos de miles de interacciones en redes sociales, que los nerds, antes marginados, son ahora mismo los nuevos reyes de la cadena trófica.

Jeff Bezos.

Settles se propuso, en realidad, establecer de una vez por todas cuál es la verdadera diferencia entre los nerds y su tribu vecina, los geeks (traducido a un español aproximado, un friki), con los que con frecuencia tendemos a confundirlos. Él mismo se preguntaba si en su juventud había sido un nerd o un geek. Su conclusión es que los geeks son coleccionistas y los nerds, eruditos. Los geeks son de videojuegos y cómics japoneses y los nerds, de ajedrez y sudokus. Ambos podrían considerarse socialmente ineptos, pero los geeks son introvertidos y los nerds, emprendedores arrogantes cuya autoestima se nutre del desprecio ajeno. Sheldon Cooper sería un geek. Steve Jobs, Bill Gates y Mark Zukerberg, nerds.

Hasta bien entrados los años ochenta unos y otros hubiesen encajado en la (bastante más genérica) etiqueta freaks, pero por entonces, coincidiendo de manera aproximada con la contrarrevolución conservadora de Ronald Reagan y el estreno de películas como La revancha de los novatos (The Revenge of the Nerds, 1984), los nerds empezaron a convertirse en una tribu aparte, una élite insurreccional dispuesta a subvertir el sistema de clases de los institutos mientras los geeks se quedaban en su habitación jugando con sus monstruos.

Trey Parker, el creador de South Park, lo expresó de manera muy gráfica: él (nerd vocacional y autoproclamado) gana millones mientras muchos de los deportistas de instituto que le hicieron la vida imposible en la adolescencia venden hamburguesas en McDonald’s. Gates fue un paso más allá con su célebre frase, pronunciada hace 14 años en una charla de instituto, “sé amable con los nerds, porque lo más probable es que acabes trabajando para ellos”. Hay algo atractivo, incluso redentor, en esa idea. La lógica opresiva del instituto caduca en cuanto se accede al mundo real. Los últimos serán los primeros. La inteligencia, la ambición y la perseverancia serán recompensadas. El bullying y la apología mostrenca de la fuerza bruta recibirán su justo castigo. Ya en 1990, en un celebrado artículo en The New York Times, Leonid Fridman aseguraba que “América necesita a sus nerds”.

Mark Zuckerberg.

Para Fridman, el genuino talento con potencial transformador había que buscarlo en los que dedicaron a sus años formativos a aprender por su cuenta, estimular su curiosidad intelectual y tecnológica y asomarse, en consecuencia, a un nuevo mundo: el de la economía del conocimiento. Ya vivimos en ese mundo.

Bill Gates, en su reflexión autobiográfica Código fuente. Mis inicios, explica que se formó en un instituto en el que las pulsiones antiintelectuales predominaban entre los alumnos. Se despreciaba al distinto, al estudioso, al que cultivaba una esfera de intereses e inquietudes no convencionales. Pero esa generación de marginados, siempre según Gates, fue también la de los gurús tecnológicos que crearon Silicon Valley y contribuyeron a impulsar la Tercera Revolución Industrial. Triunfaron. E impusieron, al menos parcialmente, sus valores. Hoy, Gates, convertido por las circunstancias en paradigma del buen gurú, el filántropo, el socialmente responsable, contrafigura del nerd maligno, distingue entre los nerds de su generación y la nueva tribu urbana derivada de ella, los tech bros, como si una no tuviera gran cosa que ver con la otra.

A los tech bros atribuye, según explica también en Código fuente, un “solucionismo superficial” que les lleva a pensar que las respuestas a todos los problemas son siempre sencillas y tecnológicas. En opinión de Gates, la tecnología no es “ni heroína ni villana”. Necesita una orientación, una filosofía y un “relato”. Y los tech bros, con su impaciencia política, su ciego culto a la eficiencia y su predilección acrítica por “fetiches” tecnológicos como la inteligencia artificial a las criptomonedas, han olvidado que las verdaderas soluciones y “la innovación auténtica” exigen reflexiones sutiles y mentes sensibles a los matices. Precisamente, lo que él echa de menos entre la hornada de “nuevos” nerds que ha accedido a la administración Trump con Elon Musk.

Bill Gates.

El propio Musk es un cuerpo extraño en la subcultura nerd, aunque se haya convertido en símbolo de su actual desembarco en la primera línea de la arena política. Hijo de Maye Haldeman, modelo y nutricionista, y del ingeniero y piloto Errol Musk, Elon, pese a todo, tuvo una adolescencia muy nerd, marcada por el amor a los ordenadores y la lectura, los enfrentamientos continuos con un progenitor al que describe como “un ser humano horrible” y el acoso escolar que padeció desde edad temprana. En la biografía que le dedicó Walter Issacson se destaca un episodio de su adolescencia que refuerza por sí solo su credenciales nerd: los días que pasó en el hospital tras una brutal paliza perpetrada por sus compañeros de colegio.

En Elon Musk: Superhero or Supervillain, serie documental de Prime Video estrenada en 2022, se exploraban ya estos traumas y el posible impacto que tuvieron en la personalidad del hombre más rico del mundo. Jill Lepore, en The New Yorker, completa el retrato de este singular individuo en el que encuentra ecos de capitanes de la industria estadounidense como Andrew Carnegie, innovadores como Thomas Alva Edison y peligrosos villanos como el Dr. Manhattan de Watchmen.

“¿De verdad te has propuesto salvar el mundo?”, preguntó a Musk el humorista Stephen Colbert en su programa The Late Show. Musk, haciendo honor al nerd introvertido y socialmente inepto que tal vez sigue siendo, respondió entre balbuceos que intenta hacer cosas buenas. “Pero eres un millonario que hace de todo. Eso te convierte o en superhéroe o en supervillano. Tienes que elegir”. Para Jill Lepore, ese es el gran dilema de Musk. Aún no sabe si aspira a ser el benefactor universal que resolverá todos los problemas del mundo o se conforma, como Lex Luthor, con ejercer su resentimiento de antiguo empollón y restregar su fortuna y su omnipotencia a los jocks que le daban palizas en el instituto. Son, en fin, dilemas contemporáneos para los que no encontraremos respuesta en La revancha de los novatos, la película con la que los nerds entraron en nuestras vidas para quedarse.

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Sobre la firma

Miquel Echarri
Periodista especializado en cultura, ocio y tendencias. Empezó a colaborar con EL PAÍS en 2004. Ha sido director de las revistas Primera Línea, Cinevisión y PC Juegos y jugadores y coordinador de la edición española de PORT Magazine. También es profesor de Historia del cine y análisis fílmico.
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