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Sombras sobre Ucrania

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Militares ucranianos en el sur de Reino Unido.
Militares ucranianos en el sur de Reino Unido.REUTERS

Este lunes, se congregaron los ministros de Exteriores de la UE en reunión informal, inesperada, extraordinaria pues en cuanto a calendario; igualmente, sin rimbombancia, cabe calificarla de extraordinaria por su significación. Con la plaza Maidán de telón de fondo, los 27 se encontraron por primera vez fuera de las fronteras comunitarias en una potente muestra de "solidaridad y apoyo" al pueblo ucraniano. Con perspectiva europea, ausentes anuncios concretos nuevos -salvo los 5.000 millones de euros adicionales que propuso Josep Borrell, cabeza de la diplomacia UE-, el encuentro ha sido, ante todo, un acto simbólico de envergadura. Pero el símbolo no oculta una realidad sombría: flaquea el amparo internacional a la nación que se encuentra bajo implacable ataque.

Esta percibida fragilidad no es nueva, aunque recientes eventos la acentúan. Desde febrero de 2022 -incluso desde 2014, con la anexión de Crimea y guerra híbrida en el Donbás-, se han alzado voces argumentando límites al sustento y/o el cuestionamiento de la razón de ser de la defensa de Kyiv; hasta abiertamente en sintonía con las posiciones putinianas, que se dicen traducir la visión del pueblo ruso: el abrumador sentimiento que Ucrania forma parte integral de la identidad imperial. Y hemos escuchado a quienes proclaman que Rusia no ha hecho sino reaccionar a un acorralamiento "ilegítimo" de la OTAN.

Así, estas posturas críticas, con sus grados y matices, llevan tiempo entre nosotros, oscilando con efemérides internacionales perfectamente instrumentalizadas por los eficaces terminales de agitación, desinformación y propaganda kremlinianos. Eran, sin embargo, mero ruido; no parecían interferir con el empeño de la Casa Blanca y el posicionamiento firme de países clave Occidentales, como Japón. Ni con la unidad de la UE -esto es, gobiernos e instituciones-. Ni con las opiniones públicas respectivas.

El peligro, según los expertos, venía de la posible fatiga de guerra que se identificaba surgiría en países como España que no tienen historia contenciosa con Rusia; y que, en consecuencia, no perciben -culturalmente- la misma amenaza emanando del Este. Pero en la práctica, en nuestro caso -Gobierno y sentir ciudadano-, se mantiene el auxilio a Zelenski, sin perjuicio de que los españoles, al igual que la mayoría de los europeos, se inclinen (en abstracto) por la negociación. En el último Eurobarómetro (mayo-junio), superamos -en algunas rúbricas, con creces- la media europea de apoyo a las medidas tomadas por la UE, desde la ayuda humanitaria hasta el estatus de candidato concedido a Kyiv (con la única excepción de la compra y provisión de equipamiento militar, en la que andamos cuatro puntos por debajo). Y recordemos que, ni durante los debates electorales, ni en el calvario que llevamos en el tortuoso camino a Moncloa, Ucrania se ha conservado al margen del marasmo sectario que nos aqueja. Es asunto de Estado.

El aldabonazo lo han dado los más acérrimos defensores de Kyiv, quienes llevan un tiempo enredados en actuaciones que, por muy coyunturales que se pinten, tienen calado de imagen sobre Ucrania. Paradigmático es el postureo del gobierno polaco. Desde el inicio de la guerra, Mateusz Morawiecki ha reclamado, una y otra vez, más armas, más dinero, más implicación de Occidente. Predicando con el ejemplo: se estima que las aportaciones bilaterales proporcionadas (sumados los costes asociados con los refugiados) asciende al 3,2% del PIB de Polonia, el porcentaje más alto de todos los aliados.

Pero, con elecciones parlamentarias el próximo 15 de octubre, Morawiecki siente la presión del sector agrícola, cuyo voto es esencial para que su partido (PiS) gane un inédito tercer mandato. La eliminación de las barreras comerciales con Kyiv a raíz de la invasión total provocó que los granjeros polacos se vieran perjudicados por los millones de toneladas de grano ucraniano que cruzaban la frontera, arrastrando reacciones proteccionistas de la Comisión Europea. El primer ministro dejó claro cuáles eran sus prioridades: "Nos importa, ante todo, el agricultor polaco". Así, cuando caducó el bloqueo comunitario -en plena campaña-, Polonia mantuvo (a bombo y platillo, y contraviniendo el reparto competencial) sus fronteras cerradas a los cereales de su vecino. En la desencadenada espiral de tensiones entre Kyiv y Varsovia, el líder polaco comunicó el 21 de septiembre que su país "ya no transfiere armas a Ucrania porque ahora [se concentrará] en dotar[se] de las armas más modernas".

No es un caso aislado: junto con Polonia, se negaron Hungría (Viktor Orban ha sido descaradamente prorruso y el principal antagonista de la solidaridad europea) y Eslovaquia, donde ha salido victoriosa de las elecciones el sábado pasado la formación de Robert Fico, antiguo primer ministro y actual amigo del Kremlin; en la captura del voto, prometió que "no enviaría ni un solo cartucho" de munición a Kyiv. Los entendidos en los entresijos de Varsovia y Bratislava destacan que se trata de actitudes coyunturales; que su "respaldo" a Ucrania no cambiará. Es posible, pero en el mundo en que vivimos, el "relato" desbanca a los hechos en el proceso de creación de postura y juicio; y todo lo anterior se lee con trascendencia sustantiva.

En este contexto, cobra especial importancia el sorpresivo acuerdo alcanzado en Washington hace una semana para evitar el cierre de las administraciones federales -firmado por el presidente Biden minutos antes de que venciera el plazo-. La ley amplía la financiación del gobierno al 17 de noviembre, con la notable desaparición de los fondos destinados a Ucrania. Cierto es que ha aflorado -tras "ajustes contables" del Departamento de Defensa- un "remanente" de 5.400 millones de dólares destinados a armar al ejército ucraniano, que se estima "alcanzará" hasta fin de año. Pero la exclusión de la rúbrica "Asistencia a Kyiv" de la norma presupuestaria pactada es reveladora. Agua de mayo para la órbita de Putin, que azuza la memoria de los deshonrosos giros súbitos consumados por Estados Unidos, tras el esplendoroso y sostenido liderazgo en la Segunda Guerra Mundial: el abandono -en el fragor de la contienda- de aliados elevados previamente a cimas de fervor en Vietnam, Irak y Afganistán.

Y es que esta deplorable escaramuza politicastra en el Capitolio refleja el estado de precampaña electoral a la presidencia. Un siempre agresivo Trump, acorralado por múltiples procesos penales en curso, ha erigido la cuestión del gasto para Ucrania en eje de su cruzada contra el sistema. Y se perfila como más que probable candidato opositor a quienquiera que represente a los Demócratas (todo apunta a Biden), mientras suben los sondeos que le dan como vencedor el 5 de noviembre de 2024. Relacionado con ello, la evolución de la opinión pública americana ha de entenderse a través de este prisma. Según encuestas de Economist/YouGov, entre octubre 2022 y julio 2023, el porcentaje de adultos americanos que querían disminuir la asistencia en defensa a Ucrania sólo aumentó un 5% (terminando en 29%). Desde el 16 de septiembre, se produjo una subida pronunciada -de 30 a 36% para el público general, pero de 50 a 60% entre simpatizantes Republicanos-.

El Kremlin no ha perdido tiempo: el portavoz aseguró el lunes que las previsiones (de Putin) ya señalaron que "la fatiga del conflicto, la fatiga del patrocinio totalmente absurdo de Ucrania, crecería en varios países, incluido Estados Unidos". La referencia zaresca no va dirigida a los ciudadanos rusos, ninguneados y sometidos; habla al mundo exterior. Forma parte de la batalla informativa que Kyiv -con el apoyo de EEUU- lideró en los primeros compases de la cruenta invasión 18 meses atrás, movilizando a los aliados. Pero aquel motor singular se encuentra gripado en estos momentos en el campo afín. Lo que se suma al rendimiento subóptimo en el cómputo global. Prueba fehaciente es la abultada mayoría de resoluciones no compartidas sobre el caso en la Asamblea General de Naciones Unidas. O, sin ir más lejos, la reciente declaración descafeinada del G20 en Nueva Delhi.

Anteayer, tuvo lugar en Granada la cumbre de jefes de Estado de la Unión con los vecinos europeos. Asistió Zelenski. Ha pedido de Europa más ayuda militar para resistir durante el invierno la guerra de desgaste que perpetra Rusia. En particular clamó por más defensa aérea, ante una temida escalada del ataque a infraestructuras críticas durante los meses más fríos. Construyó su alegato sobre una idea fuerza: "El objetivo principal para todos nosotros es salvaguardar la unidad de Europa. Y hablo no solo de la UE, sino de toda Europa, porque Rusia va a atacar con desinformación y noticias falsas para tratar de socavarla".

Tras 75 años de dar por supuesta la paz, y concentrar la construcción de nuestro futuro en prosperidad, valores y Estado de Derecho, la guerra en Ucrania nos aboca a una nueva realidad: nuestra seguridad no está garantizada. Los europeos hemos de reflexionar serenamente, y actuar: despejar las sombras sobre Ucrania.